Cuando llega el invierno, las nieves
y los puestos de castañas; minifaldas, escotes y shorts –ay, los
shorts- se marchan sin mirar atrás, si te he visto no me acuerdo. Se esfuman de
un día para otro y se te queda una cara de tonto que te dura
hasta primavera.
El invierno deja desolada la calle,
así que sin nada con lo que alegrarse la vista, uno no tiene más remedio que
refugiarse en su abrigo y darles vueltas a la cabeza con cualquier chorrada. Justo iba yo ayer pensando en todo este trauma invernal camino del DIA para comprar papel higiénico y
otras cuatro cosas aún menos ilusionantes, cuando me acordé de un mito que tenemos
en el grupo de amigos desde que éramos unos capullos de voz aflautada y
pelusilla en el bigote.
Cualquier
grupo de amigos que se precie debe tener sus mitos, sus héroes, y sus leyendas. En
los de chicas no sé, pero en los grupos de tíos este tipo de cosas suele reducirse
a tres temas fundamentales: mitos de cachondas, héroes del fútbol, y leyendas
de cagar.
(Claro, que las leyendas de cagar son míticas. Mito y leyenda en una sola historia)
Desde la estupidez que nos alumbraba entonces y aún hoy, os presentamos:
El BUNKER DE SIBERIA.
Oh, qué tristes estamos aquí solitas en el búnker. |
Desde que
dejamos de ver a las chicas como “niñas tontas” para convertirlas en musas, siempre
nos preguntamos dónde pasarían el invierno todas esas mujeres que nos alegraban el
verano. Porque no, ahí no estaban.
Continuamente el invierno trata de hacerte pensar que aquella chica que te volvía loco en
verano sigue estando ahí, pero aunque tú la veas, no es ella. Es pura
ilusión, una versión proyectada y demasiado abrigada de sí misma.
Así que nosotros preferimos pensar que todas esas minifaldas y piernas al aire no desaparecían sin más, que seguían existiendo entre nosotros, aunque fuera muy lejos, por ejemplo, en un Búnker de Siberia. Es como cuando tienes hambre y piensas en ese plato de lentejas con chorizo que te espera en casa, no lo tienes contigo, pero reconforta saber que está ahí. Lo mismo pasaba con el búnker.
Así que nosotros preferimos pensar que todas esas minifaldas y piernas al aire no desaparecían sin más, que seguían existiendo entre nosotros, aunque fuera muy lejos, por ejemplo, en un Búnker de Siberia. Es como cuando tienes hambre y piensas en ese plato de lentejas con chorizo que te espera en casa, no lo tienes contigo, pero reconforta saber que está ahí. Lo mismo pasaba con el búnker.
Ahí está tu vecina la del segundo, esa amiga que siempre te ha hecho tilín, la
guapa del pueblo, y todas esas morenazas de la playa de Tarifa. Esperando a que vuelva el calorcito para salir y hacer las delicias de propios y extraños.
Como buen mito, nadie podía asegurar que el búnker existiera, pero tampoco desmentirlo. Justo la leña que necesitábamos para
mantener caldeada la mente hasta primavera.
Claro, que ahora
te paras a pensarlo y dices: ¿pero por qué un búnker? ¿Y por qué en Siberia?
Supongo que
sería una treta más de nuestra mente, hay que intentar que los estúpidos no
sufran. Mandándolas a un lugar tan inaccesible como Siberia nos protegía de
cualquier intentona desesperada por ir a buscarlas. Imaginar que estaban en
Canarias habría sido una tortura, tan cerca y a la vez tan lejos. Estarían en España sí,
pero inalcanzables para unos pubertosos que tenían que comprar los Chester sueltos a 25 pesetas.
Total, que al final uno compra el papel higiénico y las otras cuatro estupideces, la vida pasa entre idas
y venidas al super, y el día menos pensado, ya está aquí otra vez la primavera.
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