Imagino que todo debe empezar mordiendo una manzana a media
mañana. Un mordisco tan peligroso como la primera calada que le pegabas a un
porro con 14 años, esa que según tu madre te conduciría irremediablemente a
pincharte heroína y vestir chándal de tergal.
Pues esa manzana insulsa de las 12 desemboca catastróficamente
en otro chándal si me apuráis mucho más peligroso que el de un yonki; el de un
runner.
Hablamos de esa moda estúpida, a nuestra manera de ver, que ahora llaman running pero que es el “salir corriendo” de toda la vida. Lo cual sólo concebimos si vives en los 90, tienes 8 años y llevas 3 gitanos detrás persiguiéndote para robarte los Tazos. O si por el contario, eres gitano y llevas cogido un plasma de 70 pulgadas.
El deporte bien entendido tiene que ser divertido, como esos
maratones de fútbol sala que organizan en verano por pueblos de media España,
programados con tal maestría, que los horarios de los partidos permiten la práctica
del botellón entre contienda y contienda. La simbiosis es tan perfecta que uno no
sabe si se bebe entre partido y partido o se juega entre copa y copa. O
como el rugby, ese “deporte de hooligans jugado por caballeros”, que no puede
entenderse sin la parte más importante del juego: el tercer tiempo.
Amigos, LA FELICIDAD no es comerse una manzana, es comerse un torrezno, no es madrugar un domingo, es quedarte en la cama hasta las 2, no es oler a Reflex un domingo por la mañana, es oler a Gin-tonic.
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